Yo tenía ocho años. En 1952, cuarenta antes de los Juegos Olímpicos, se celebró en Barcelona el Congreso Eucarístico Internacional con todo el fervor y la pompa del nacional catolicismo de la España de Franco. Mi padre y mis dos hermanas mayores fueron a Barcelona y asistieron, bajo un sol de justicia, a todos las misas pontificales que presidió el legado pontificio del Papa Pío XII, el eminentísimo cardenal Federico Tedeschini.
Toda aquella España, oscura y muerta de silencio, peregrinó eucarísticamente a Barcelona puesto que por aquel entonces sólo estaba permitido asistir en cuerpo de agrupación, vecinal y aun familiar, a misa y al fútbol. Toda España aprendió y cantó el himno del Congreso, el “De rodillas, Señor, ante el sagrario que guarda cuanto queda de amor y de humildad”. Letra andaluza de José María Pemán y música vasca de Luis Aramburu.
Tengo todavía pendiente mi visita a la Expo Internacional de Zaragoza 2008. Siento pavor por las colas bajo el sol. Pero el verano está de retirada y la verdad es que esta muestra internacional ha dejado a Zaragoza, sobre todo allá por las hasta ahora inmundas riberas del Ebro, que no la conoce ni la madre que la parió.
No quisiera sentirme obligado a visitar la Expo por imperativo político-social, igual que en los años de los congresos marianos y eucarísticos, ahora que debemos disfrutar de libertad de movimientos, de expresión y de pensamiento. Visitaré la Expo pero con el firme propósito de no cansarme. Y, en el supuesto de que no vaya al meandro de Ranillas antes de que se clausure la muestra internacional, espero que nadie me señale con el dedo como en otros tiempos se señaló a quienes, descreídos y desafectos al régimen político confesional, tuvieron el atrevimiento de no asistir al Congreso Eucarístico Internacional de Barcelona.
lunes, 1 de septiembre de 2008
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