viernes, 5 de marzo de 2010

Bragas con libro

Lencería erudita-








Darío Vidal
(Remitido por su autor)

De vez en cuando surge una chispa de alegría y esperanza entre la recurrente salmodia de la crisis. Los lamentos jeremíacos de los pregoneros del desastre se quiebran como un cristal ante la carcajada de quienes se proponen administrarse cada día el contraveneno de la risa. No abogo por la irresponsabilidad tontiloca de los inconscientes precisamente porque somos conscientes. Pero, por esa misma razón, repudio la monserga penitencial de los “illuminati”

Prefiero la sonrisa de aquel sevillano que confiaba en que “de una forma u otra sandría”. Una sabiduría senequista y antigua que evitaba a los demás el sentimiento contagioso del fracaso. No se trata de bajar las manos, rendirse y no luchar. Pero el que intenta reirse de si mismo sale ganando. Para empezar, cierto investigador sugería no hace muchas fechas en un seminario de Psicologia que conviene comportarse ante los otros con una chispa de alegría, aunque sea fingida e impostada al principio, para que la alegría nos visite después.

Me da a mi el pálpito, sin esgrimir ninguna estadística, que nuestras mujeres son más vitales que los hombres y más propicias a levantarse una y otra vez para probar fortuna. Tienen más temple. Y no me extraña que, dejando a un lado los expedientes académicos cada vez mas brillantes, se les vea con más frecuencia en los ámbitos en que se cuecen las ideas.

Cuantas veces me invitan a hablar, sea de antropología, historias o cocina popular, las butacas estan pobladas de mujeres atentas, entusiastas, afanosas de saber, provistas muchas veces de bolígrafo y cuartillas, mientras que los varones parecen jubilados de la cultura y remisos a aceptar que no todos podemos saber de todo. ¿Qué está sucediendo? Pues sucede que como en la novela de Enrique Jardiel Poncela, “el sexo débil ha hecho gimnasia”. Y pienso que las mujeres, a despecho de la señora Munar e Isabel Pantoja constituyen la vanguardia revolucionaria de nuestros días.

Estan sedientas y con hambre de siglos. Quieren poder, quieren saber y quieren querer. Sus ordenadores y la red lo están haciendo posible. Podrán algunos demorar el camino apelando a la tradición o las religiones para perpetuar estereotipos interesados, pero desde Levante a Poniente las mujeres se yerguen con ímpetu desusado, arrumbando prejuicios y humanizando los estrictos mandamienos patriarcales.

Leo en un mercadillo cierto reclamo que ofrece dos libros por cada braga. Un incentivo que sorprende. Una apelación innovadora y heterodoxa a la cultura. Pero que, al parecer, funciona.

Darío Vidal
05/03/2010
Publicado por Dario Vidal Llisterri en 17:24

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