Leo en el Diario de Navarra del sábado 25 de octubre que un vecino de la localidad fronteriza de Urdax vive atrapado en su propia casa con su mujer y su hija de 19 años. Denunciaron la construcción de un puente sobre el río Uranaga en unas condiciones que les perjudicaba. La respuesta fue que les colocaron tres enormes cilindros o tubos de hormigón prefabricados en el camino de acceso a la carretera y sólo pueden salir de casa a pie pero no con sus coches. Y el alcalde se contenta con afirmar que los jueces dirán quien tienen razón, los tubos están colocados en un camino de propiedad privada por el que los vecinos de la casa tienen derecho de circulación peatonal que no han perdido. Por lo tanto, que los tribunales decidan.
Todo es consecuencia de constantes trifulcas entre el inquilino de la casa, fotógrafo de profesión, y algunos vecinos de la localidad. Cuando leí esta información no pude menos de acordarme del “caso Fago”, ese pueblo pirenaico aragonés en el que se produjo el asesinato de su alcalde, Miguel Grima, el 12 de enero de 2007, y que ha hecho famosa a esta pequeña aldea colindante con Navarra.
La conclusión es clara: la convivencia en los pueblos pequeños no es todo lo idílica que se pinta. Ni mucho menos. Para vivir con tranquilidad en una aldea hay que ser capaz de afrontar la soledad y llevarse bien, al menos en apariencia, con todo el vecindario. En caso contrario, la convivencia en un pueblo de 100 habitantes puede resultar un martirio insufrible, peor que vivir en el anonimato de una torre de 15 alturas de una gran ciudad, aislado entre cientos de vecinos.
domingo, 26 de octubre de 2008
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