martes, 12 de mayo de 2009

Un día de campo en el Barranc d'en cabres














































Ramón Mur

Las excursiones a la Sierra de Urbasa se llamaban, en el seminario, día de campo. Es lo que hice el domingo 10 de mayo: pasar al menos media jornada de campo por el Barranc d’en cabres. Hacía días que intentaba sin éxito encontrarme con Artur Quintana y Sigrid von der Twer, ilustres e ilustrados vecinos de La Codonyera, además de entrañables amigos. Hasta que el sábado por la noche recibí una llamada de Sigrid. Me invitaba a hacer una excursión matinal al día siguiente por las cercanías de Bellmunt. Al principio, mostré resistencia a aceptar la invitación porque no estoy demasiado entrenado para hacer grandes caminatas. Por este motivo, me he perdido las marchas senderistas organizadas por la Asociación Cultural Amigos del Mezquín, como la última a Santa Mónica y Fórnoles.

Bajé a la plaza del pueblo con el único propósito de saludar a los excursionistas amigos del ‘lloc’ vecino. Pero su poder de convencimiento fue tal que volví los pasos hacia casa y regresé tocado con un gorro protector de los rayos solares y un bastón de apoyo para no rodar por los pedregales. El excursionista guía y jefe de la expedición era Jesús Celma, el chico del ‘mitg’ entre los tres hijos que tuvo José María Celma, albañil de primera clase, como lo son ahora sus descendientes directos, por los pueblos del Mezquín.

Salimos de Bellmunt en la furgoneta de Jesús hasta la Fonteta del Mas de la Llosa. De ahí, iniciamos la excusión barranc d’en cabres abajo, siempre guiados por las señalizaciones que, a través de los años, han colocado los socios de la Asociación Cultural. El día era de primavera húmeda, la mañana estaba iluminada por un sol temeroso de lucir entre nubes. Sigrid y Jesús fotografían cualquier planta o fosil que les llama la atención. Atur y yo vigilamos los pasos que hemos de dar por la ribera del barranco. El agua fluye por todas partes y el arroyo se remansa en pequeñas balsas donde cualquiera podría darse un chapuzón.

Un placer dominical fue volver a beber, a cuenco de mano, del agua de las fuentes y cedí a la tentación de introducir los pies en un toll del río Mezquín, ya en las cercanías del Molino Harinero de Mari Paz. El Barranc d’en cabres desemboca en el Barranc Fondo al que se accede por los aledaños del Oscuro del Mezquín al que no descendimos porque la andadura iba tocando a su fin.

Nos acercamos a Bellmunt por los huertos de La Miranda, cruzamos el Mezquín por el puente del camino viejo y entramos en la ‘vila’ por la puerta de La Muela. Atrás dejamos tres horas de paseo por el campo que está florido, húmedo y primaveral a no más poder. Los cerezos tienen ya cerezas como la yema de un dedo, hay flores espontáneas, que diría Pardo Sastrón, por todos los recodos del camino. En algunos puntos, las basuras afean la naturaleza porque estas cosas de la limpieza medioambiental no son preocupaciones principales en los ayuntamientos.

Jesús Celma hace un manojo de tucas con el que componemos en casa una excelente tortilla de huevos y puntas de tuca. La conversación es amena y variada. Artur y Sigrid recuerdan su llegada a La Condonyera, en tiempos carentes de agua corriente en las casas y en los que tocaba a dos cántaros por persona. Los niños y las mujeres se bañaban en baldes de cinc mientras los hombres se restregaban la cara con agua de una palangana. No ha pasado tanto tiempo, pero la vida, de entonces a hoy, de aquellos años sesenta del ya siglo pasado a la actualidad, ha cambiado tanto que, como dice el tío Pedro Faci de La Condonyera, hemos conocido “el paso de la miseria al progreso”.

Artur, Sigrid, Jesús y el que suscribe hemos pasado una inolvidable jornada de ayuntamiento con la naturaleza del Mezquín en la que el placer experimentado puede ser calificado de auténtico orgasmo ecológico, si se permite la expresión.

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