Darío Vidal
(Artículo remitido por su autor)
El señor Múgica Herzog, defensor del Pueblo y político de cabal discernimiento, alborotó hace poco el gallinero a propósito de los sucesos de Pozuelo donde unos muchachitos ociosos, iletrados, perezosos y aburridos pretendieron asaltar el cuartelillo de la Policía, así, porque sí, como quien corre un encierro, pero con la misma violencia y denuedo de quien toma el Palacio de Invierno, del que ellos no han oído hablar nunca, gracias a Dios y al plan de Estudios.
Don Enrique, con el aplomo de los centroeuropeos cultos, no se quedó al criticarlos, en la anécdota del vandalismo gratuito ejercido por los “niños bien” de la población de PIB más elevado de la Comunidad de Madrid y abordó sus causas. El aburrimiento, la falta de imaginación, la carencia de estímulos, la horfandad de ejemplo y la ausencia de modelos. Y he aquí que el político socialista fue a dar en lo vivo, esto es donde más escuece, a los papás de las criaturitas que destrozaron la población, rompieron bancos públicos, quemaron contenedores de basura, incendiaron coches, cruzaron vehículos y demostraron que ellos son tan ocurrentes, audaces, valientes y forzudos como los chicotes vascos de “Harrai”, con la ventaja de que estos lo hacen por nada, que eso tiene más mérito.
El Defensor del Pueblo fue tan delicadamente exquisito, que no culpó a sus progenitores de privarles de la más elemental educación y de la buena crianza, la cortesía y el decoro que debe exigírsele a un primate socializado, para conducirse en manada sin menoscabo personal. Si los los mandriles, los bolobos, los chimpancés o los macacos, a los que sus mayores enseñan cortesía, prelación, respeto a la autoridad, “protocolo” y modales --todo lo simiescos que se quiera, pero convenciones sociales al fin--, no se atuvieran a ciertas pautas “consensuadas” de saludo, jerarquía, sumisión, solidaridad y “duelo” entre otras, serían expulsados de la comunidad. Que es lo que tendríamos que hacer con estos pimpollos “si fuéramos civilizados como los animales”.
Don Enrique Múgica no quiso hablar más claro, pero vino a sugerir que la actitud condiciona el comportamiento y que levantarse del asiento para saludar o recibir a alguien, tender la mano, ceder el paso al acceder a un recinto o transitar por el exterior de la acera, y algunas otras prácticas como tratarse con deferencia, o hablarse de usted los maestros y los discípulos, son deferencias mutuas, aunque nos parezcan chorradas, gilipolleces, antiguallas, ridiculeces, resabios de beato y meapilas o comportamientos fascistas, pero que contribuyen no poco a hacernos la vida más grata y pasadera. Ojala hubieran preguntado al profesor Tierno Galván
jueves, 24 de septiembre de 2009
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