Ramón Mur
La absoluta indiferencia ante todo es una actitud que me produce una insoportable repugnancia cordial y mental. Hace unos años, los obispos vascos, encabezados por José María Setién, publicaron una carta pastoral en la que lamentaban lo difícil que resulta “creer en tiempos de increencia”.
Setién, al margen de sus posicionamientos políticos, es un prelado-catedrático de perfil del todo distinto al obispo-pastor. El de cátedra, dedicado durante años a la educación y la enseñanza, tiene la cabeza para algo más que para sostener la mitra. Por el contrario, entre los epíscopos-pastores abundan los curazos de nicotina, sotanosaurios, incultos por devoción que no han leído ni el prospecto de un medicamento desde que salieron del seminario, de voz altisonante, dicharacheros y aficionados a conducir automóviles, como el actual arzobispo de Zaragoza.
Yo, igual que Santa Teresa, que prefería un director espiritual intelectual más que un orientador santo de su alma, me quedo con el catedrático antes que con el pastor. Hace unos años, mi profesor de Filosofía en Zaragoza, Manuel Olasagasti, publicó un libro titulado “El estado de la cuestión de Dios”. Su diagnóstico era que en los tiempos de finales del siglo XX era igual de difícil afirmar que negar la existencia de Dios. A esas alturas de la historia, no se daba una violenta posición contraria a la divinidad pero tampoco la enfervorizada defensa de la existencia de un Absoluto, dos posturas contrapuestas que se habían producido en otras épocas. Lo de hoy sería, pues, total indiferencia.
Reconozco que la indiferencia ante la “cuestión de Dios” ha dejado de conturbarme. Pero la otra apatía, el escepticismo sociofilosófico imperante ante todo, ante el ser y la existencia, frente al origen y el porvenir de la humanidad en dimensión puramente humana, me preocupan mucho más. Quizá una y otra indiferencias, la religiosa y la existencial, estén relacionadas entre sí. El caso es que me revelo contra tanta frivolidad que convierte a muchos de mis contemporáneos en indiferentes ante todo. Da igual casarse por lo civil que por la iglesia. Como no existen criterios sólidos sobre nada, entre que los padres y los abuelos de mis hijos quieren seguir con la tradición de bautizar a los bebés sin consciencia, pues bautizo a mis hijos y consiento que hagan la primera comunión aunque lleguen a la adolescencia sin saber santiguarse ni rezar un padrenuestro. Puesto que todos los políticos son unos chorizos consumados, yo que no robo porque no sé cómo hacerlo, no voto a nadie y, si todo me da igual y me deja indiferente, la política es lo primero que abandono en la cuneta. Y así, se pueden poner multitud de ejemplos en una lista interminable.
Como la indiferencia es absoluta, no falta quien aplaude gestiones semejantes a la de María Victoria Pinilla en La Muela. Total, ¿qué es eso de la corrupción? ¿No es mejor un pueblo desarrollado, aunque la gestión de sus munícipes sea turbia, que otro gobernado por impecables ediles pero sumido en la miseria? Y puesto que la solidez de los criterios personales brilla por su ausencia, se consagra como éxito alcanzado que una población tenga tres museos, una plaza de toros, urbanizaciones deslumbrantes, aunque el agua del grifo parezca chocolate líquido y las aguas fecales rebosen por las alcantarillas. ¿Qué es progreso y desarrollo? Ruido, motor, vivir de noche y dormir de día, culto a la droga y cuatro viles ambiciones más. Todo a la moda borreguil, sin el menor criterio propio.
Mientras la corrupción de La Muela se extiende y alcanza a un concejal del Ayuntamiento de Zaragoza suspendido de sus funciones municipales, el último sondeo electoral publicado en Aragón concluye que, a día de hoy, el Gobierno autónomo sería el mismo porque la composición de las Cortes sería muy similar a las que los ciudadanos votaron en 2007. ¿Por qué? Pues porque al común de los mortales todo le da igual, porque la indiferencia está instalada en la vida misma, porque la política es cuestión de cuatro políticos, ya sesentones o casi, y de una docena de periodistas nostálgicos y casposos.
Casos de supuesta o presunta corrupción, hasta el momento, como los de La Muela no son para nada aislados. Menos mal, que por muy alta que sea la indiferencia de la mayoría ante todo, al final la putrefacción puede amenazar con acabar incluso con la vida misma de cualquiera. (Recuerden casos como el de Fago). ¿También, ante tal situación límite, imperará la total indiferencia?
jueves, 23 de abril de 2009
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