jueves, 16 de abril de 2009

Siempre ha estado ahí

Por José Luis Zubizarreta.
(Artículo remitido por su autor)


Difícil resulta, por no decir imposible, averiguar bajo cuál de los tres vasos que maneja hábilmente el trilero queda oculta la bolita de la suerte. Consuélense, pues, los analistas, si ellos tampoco aciertan a dar con las claves de esta vertiginosa política de cambios que el presidente Zapatero ha emprendido en el gobierno, en el partido y en el grupo parlamentario. La única pista que yo me atrevería a darles para salir airosos del trance es que no se dejen encandilar ni por las miradas engañosas ni por las palabras seductoras ni por la prestidigitación de quien mueve las fichas. Sigan sólo la evolución del juego.
Tomemos el caso de Ramón Jáuregui. Su importante designación como segundo en la lista socialista para las elecciones europeas ha quedado ocultada, en el plazo de doce horas, por el sorprendente nombramiento de su sustituto para el puesto que queda vacante en la Secretaría General del grupo parlamentario. La forma en que el cambio se ha producido, y no sólo la rapidez, ha sembrado el desconcierto. Al designado para las listas europeas le comunica su nuevo destino el vicesecretario general del partido; al sustituto lo llama, en cambio, personalmente el presidente del Gobierno. En el sustituto concentra además éste la mayor parte de sus elogios y alabanzas. Quien haya contemplado la escena, en directo o a través de los medios de comunicación, no puede no preguntarse si el sustituido es enviado a Europa para dejar paso al sustituto o si éste es llamado de urgencia para que aquel pueda hacerse cargo de su nuevo y prestigioso destino. Las miradas, las palabras y los gestos del presidente apuntan a lo primero; yo, que prefiero seguir la evolución de la bolita, sin dejarme encandilar por las fintas del trilero, me quedo con lo segundo. Aunque no con las intenciones de quien ha tramado la designación, me parece más acorde con los méritos del designado.
No quiero aburrir al lector, para demostrarlo, con una prolija exposición de la biografía política de Ramón Jáuregui. Ni siquiera voy a evocar los grandes hitos de su prolongada carrera. Más convincente me parece limitarme a constatar el fruto que su buen hacer ha cosechado por doquier en términos de prestigio político y social. Pocos hay hoy de su profesión en todo el país que hayan concitado, en este aspecto, un acuerdo tan cercano a la unanimidad como el que ha logrado Ramón Jáuregui. Propios y extraños, aliados y adversarios, lo reconocen. Por algo será, porque la benevolencia, sobre todo en política, no es mercancía que se regale a cambio de nada.
Puestos a definir ese algo, yo lo resumiría en un par de cualidades, que hablan tanto del político como de la persona. En mi trato pasado con actores de la política, a pocos he encontrado que tengan tanta capacidad como este vasco para entender, en cualquier proceso de diálogo, las razones del interlocutor. Empatía, se llama en términos de relación humana. No es cualidad común en un país, llámese España o Euskadi, en el que el sectarismo domina la relación política y la duda sobre la validez universal de las propias convicciones es tomada por debilidad y blandura. Admirable, pues, esta capacidad de empatía entre tanto político aguerrido que confunde atrincheramiento con fortaleza.
La empatía conduce al acuerdo. También de su capacidad de lograrlos ha dado sobradas muestras Ramón Jáuregui. Primero en la propia casa; luego fuera de ella. Así, y quizá debido a su trayectoria personal -pasó a la política del sindicalismo-, ha representado mejor que nadie la síntesis de las dos corrientes que, desde su origen como partido, han confluido en la compleja familia del socialismo vasco: la obrerista y la vasquista. Lograrla fue su empeño en los largos y duros años en los que le tocó dirigir, como Secretario General, el Partido Socialista de Euskadi. Y ya, fuera de los muros de la propia casa, asumió también con gusto y convicción, en su calidad de primer vicelehendari socialista del Gobierno vasco, la tarea de liderar y proyectar hacia la sociedad, junto con el lehendakari Ardanza, esa idea de la transversalidad entre nacionalismo y socialismo que, pese al avatar concreto que hoy se está viviendo en Euskadi, ha quedado en el imaginario social como el modelo más productivo del necesario entendimiento entre diferentes que asegura la estabilidad institucional y la convivencia entre los vascos. Sin esta doble aportación, el socialismo vasco no estaría hoy luchando por ocupar, como hábitat propio, ese espacio de centralidad al que aspira en Euskadi cualquier partido con vocación de gobierno.
Y, por último, lealtad y disponibilidad. Ramón Jáuregui es de esos que siempre están ahí, disponibles, por lealtad a sus convicciones democráticas y socialistas, a sí mismo, en definitiva, para asumir cualquier tarea que su partido le encomiende. Ahí estaba, por ejemplo, cuando hubo de hacerse cargo, en tiempos difíciles, de la alcaldía de San Sebastián o, más tarde, sin esperanza alguna de alcanzar prestigio, de la Delegación del Gobierno en una Comunidad que todavía veía en aquella el odioso trasunto de los Gobiernos Civiles del franquismo. Y ahí estuvo también, a disposición precisamente de Zapatero, cuando éste le encomendó la ingrata y compleja tarea de presidir la gestora que ayudó al PSE a transitar de la vieja ejecutiva de Nicolás Redondo a la renovada de Patxi López. Siempre ha estado ahí, y su ausencia ha sido siempre un vacío difícil de llenar.
Ahora, Europa. Tampoco es un destino que, en los momentos actuales, dé un plus de prestigio a quien lo acepte. Más bien, al revés, será el prestigio ya adquirido por el nombre y la personalidad de Ramón Jáuregui lo que ayude a levantar algún leve soplo de ilusión en torno a esa candidatura que casi -¡ay!- encabeza. Por eso lo ha designado Zapatero. Una pena que lo haya hecho con tanta torpeza y tanta falta de consideración. Pero, por desgracia, hasta éstas se explican, cuando quien las comete sabe que puede estar seguro de la inquebrantable disponibilidad de quien siempre ha estado y sigue estando ahí.
José Luis Zubizarreta

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