José Bada*
(Artículo de opinión tomado de El Periódico de Aragón, martes 24 de febrero de 2009).
Dijo una gitana parturienta en la maternidad: "¡Oiga , a mi no me pongan en la misma habitación con esa paya-pony" La gitana se refería a otra parturienta... peruana. He aquí una manifestación de la xenofobia en bruto. Da igual que los otros sean moros, charnegos, maquetos, payos o gitanos, sudacas o gringos..., la diferencia es incómoda para todos los grupos si bien es cierto que menos cuando compensa económicamente.
Aquí, entre nosotros, hay inmigrantes en el servicio doméstico, en el servicio militar y ya se les recluta para ministros... del Señor. Los necesitamos para que recojan nuestras cosechas, cuiden de los abuelos, nos defiendan como soldados y hasta para llevarnos al cielo. Nada que objetar mientras nos sirvan. Así ha sido, así es todavía. No obstante, a veces pienso que a los inmigrantes se les quiere en el tajo y, si es posible, sin que nadie los vea aunque tengan papeles y si no los tienen por supuesto. El ideal sería que fueran como los ángeles de San Isidro, que labraban mientras él dormía y nadie los vio nunca. Perfecto. Lo malo es cuando no se les necesita. Lo malo será cuando falte el trabajo y hasta el que ellos hacen, el que nadie quería, sea una oportunidad para los parados españoles con denominación de origen. No creo que regresen al campo muchos que se fueron y la tierra abandonada se convierta para ellos en tierra prometida. Pero si hay una llamada del campo, aunque muchos sean los llamados serán pocos los escogidos y éstos no serán extranjeros.
Es verdad que ya no hay racistas de pura sangre. El elogio de las diferencias y "cada uno en su casa" es el último grito. No es el color de la piel, ni la sangre lo que importa. El racismo biológico es un concepto desacreditado y no tiene pedigrí en ningún sentido: no hay razas puras ni racistas de pura raza, faltaría más. Lo que hoy se lleva es el respeto a todas las diferencias... ¡empezando por las nuestras! Lévi-Strauss, el antropólogo galardonado por la Generalitat de Cataluña, aconsejaba contactos esporádicos y aislamientos prolongados entre las etnias para salvar así las diferencias sin llegar a la fusión y al mestizaje. Pero en esta crisis lo que está en juego es también la economía y no solo la identidad de la tribu. Por otra parte en un mundo mundial y en una Tierra cada vez más pequeña pues somos más y nos movemos más deprisa, no es posible salvar nada separando a los que son diferentes. Vivimos juntos y sólo podemos salvar las diferencias en la convivencia.
A pesar de que a mi también me fatiga la ingenuidad de los bienpensantes y bien hablantes que piden papeles para todos y me fastidie la demagogia, me niego a poner al hombre entre los animales: a someter el desarrollo cultural a la genética, la supervivencia de las poblaciones a la economía y el crecimiento económico a la defensa del territorio. El nacionalismo, como la xenofobia, es un sentimiento muy oscuro y una idea tremendamente simple. Lo que distingue a los hombres de las bestias lo tienen muy claro los nacionalistas fanáticos: ellos son seres humanos, y todos sus adversarios alimañas. Levantada la pieza, designada la víctima, deshumanizada, ya se la puede cazar. Si se la abate después no será un homicidio, sino una limpieza del territorio de la que todos los patriotas deberían alegrarse. Pero marcar el territorio, defenderlo contra los otros, cazar a los intrusos y limpiarlo de alimañas..., eso no tiene que ver nada con la humanidad que nos humaniza y mucho con los simios de la selva.
Las culturas se parecen a las cebollas: debajo de una capa hay otra y , en lo más hondo, más allá de las raíces, se encuentra el humus de la humanidad que las une. Los sociólogos dicen que hay un umbral de tolerancia y que la xenofobia latente se activa en todas las poblaciones para echar a los que sobran cuando el número de inmigrantes lo supera. Pero la tolerancia tiene un campo de juego tan grande como la humanidad que nos hace humanos. Además no es posible contener a cuantos hacen de la necesidad virtud y no hay obstáculos para quienes esperan entrar desesperadamente. Todas las murallas caen. Los cayucos son como las trompetas de Jericó. Sirva de aviso.
Si el prójimo es siempre el otro y si el vecino es ya un extranjero, eludir al otro y rechazar al extranjero no resuelve nada. El modelo para el futuro es una humanidad sin fronteras. Todos somos patriotas en el exilio de esa patria. Pero el modelo no es el camino, y de eso también tenemos que ser conscientes. ¿Qué hacer? No lo sé. El señor ministro tampoco lo sabe. Pero cazar a los inmigrantes es una barbaridad.
*Filósofo
martes, 24 de febrero de 2009
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